Allí sentada sabía que,
aunque yo quisiera,
la belleza del sol llegando a su meta
apenas me dejaría pensar

Amaba al sol en sus últimos minutos,
y cuanto más lo amaba,
menos me pertenecían las demás cosas

En pesados manojos
los pescados se balanceaban
brillantes y verticales
desde la boca a la cola:
hace unas horas miraban el cielo desde el suburbio del agua,
ahora son eternos vestigios de la canoa

Más cerca
un camalote tejido a la arena
apaciguando el toque del oleaje;
más lejos
la dorada luz que todo lo enardece
y su revés, que en la oscuridad nunca se pierde

Es esa hora en que el sol desaparece
y la noche comienza a apretar el corazón,
en que el río se espeja de quién sabe qué deseos,
y sobran las imágenes
y faltan las palabras

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