“Ésta es la hora de la melancolía”
dijo con una mano en el pecho;
no era el corazón que le apretaba,
lo noté en sus ojos claros y lejanos

“Es esta hora, sabés…?”, repitió,
y se sujetaba de mi brazo
y yo a su mano
para que la tarde no se derrumbara estrepitosa ante nosotros

Nos reímos sonsamente unos segundos y callamos con un beso en la mejilla

Lo vi adentrarse en su jardín florido de verdes
mientras su perfume viajaba por los tapiales erizados del ocaso

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